Considerada la pionera de las luchas de las mujeres cubanas por su emancipación, Ana Betancourt nació en Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, el 14 de diciembre de 1833 y fue esposa del coronel del Ejército Libertador Ignacio Mora Pera, con quien contrajo matrimonio. 17 de agosto de 1854.
Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte, destacada patriota independentista cubana que proclamó la redención de la mujer cubana en la Asamblea de Guáimaro en 1869, falleció el 7 de febrero de 1901 hace 120 años y sus restos reposan en la ciudad de Guáimaro donde brilló mucho. . . .
Considerada la pionera de las luchas de las mujeres cubanas por su emancipación, Ana Betancourt nació en Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, el 14 de diciembre de 1833 y fue esposa del coronel del Ejército Libertador Ignacio Mora Pera, con quien contrajo matrimonio. 17 de agosto de 1854.
Ana es la sexta hija de Diego Betancourt y Ángela Agramonte y Aróstegui, una de las famosas parejas de Puerto Príncipe. La niña misma recibió una educación para las mujeres jóvenes de su tiempo y aprendió a cocinar, a bordar, tejer, cantar y tocar el piano. Es hermosa y refinada, pero sabe poco sobre el punto de ebullición de un país.
El marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, le deja algunos de los primeros retratos con ella. Como ella dice, es «una de las mujeres más elegantes y culta, llamada en la patria de Agüero y Agramonte para aparecer en la alta sociedad, no solo por la ropa con la que la naturaleza la adorna, sino también por su delicadeza y amabilidad». trato social. Acostumbrado a los honores de las familias camagüeyianas, el hacendado no deja de tener razón.
El joven Ignacio Mora también se percató de sus virtudes y la cortejó. Ella tenía 21 años cuando se casaron el 17 de agosto de 1854 y su vida ha sido diferente desde entonces. Contrariamente a las formalidades de su época, el marido la anima a profundizar sus conocimientos y no la relega a la vida familiar. Ana participó activamente en las reuniones organizadas en su casa mientras aprendía inglés y francés por su cuenta. Estaba adelantado a su tiempo.
Luego del levantamiento del pueblo camagüeyano el 4 de noviembre de 1868, su casa se convirtió en un centro de revolución donde se depositaban armas y avituallamientos que luego eran enviados a la selva, y emisarios que se dirigían a Camagüey desde Bayamo, Las Tunas y Manzanillo.
Redacta las proclamas que se distribuyen al pueblo y a las tropas. Un mes después, la persecución de los españoles la obliga a abandonar su hogar para unir su destino con el de su marido en la selva luchando por la libertad de Cuba.
En la Asamblea de Guáimaro, celebrada del 10 al 12 de abril de 1869, sube al estrado y en un discurso lleno de patriotismo proclama la redención de la mujer cubana.
El 9 de julio de 1871, estando con su esposo en Rosalía del Chorrillo, fueron sorprendidos por un guerrillero español y gracias a una maniobra logró que su esposo le salvara la vida, pero fue encarcelada por un ataque de artritis en sus piernas. le impidió huir.
La mantuvieron durante tres meses bajo una ceiba, al aire libre, en la sabana de Jobabo, como cebo para atraer al coronel Mora. En estas condiciones, tuvo que soportar incluso un tiroteo simulado. El 9 de octubre de 1871, enfermo de tifus, logró deshacerse de sus captores y se dirigió a La Habana, de donde partió para México y poco después se trasladó a Nueva York.
En 1872 visitó al presidente de los Estados Unidos, Ulises Grant, para interceder ante España por el indulto de los estudiantes de medicina encarcelados por los hechos de noviembre de 1871. Ese mismo año se trasladó a residir en Kingston, en Jamaica, donde en noviembre de En 1875 recibió la noticia del fusilamiento de su marido. La mujer se entera de la noticia un mes después en Jamaica y no puede contener el dolor. Luego de la paz del Zanjón, regresa a Cuba, pero nunca volverá a ser el mismo. Hay una foto suya de 1884 que lo dice todo. Ya no era la dama regordeta y de pelo grueso del comienzo de la guerra, sino una mujer extremadamente delgada y triste. Apenas tiene lujo y una estola le cubre la cabeza y el pecho, está perdida en sus pensamientos. Sin embargo, continúa conspirando y alentando la Revolución. “¡Amor infinito por la causa porque murieron! – le escribió a su sobrino Gonzalo de Quesada – Es la misión que te impusiste.
En Estados Unidos, conoce al Apóstol y queda impresionada: “Martí tiene el don de conmover el corazón con su entusiasmo y su fe. Sabe que tiene ante sí a un ser extraordinario que «une un alma templada por el fuego de grandes ideales, una inteligencia vigorosa y cultivada». De su palabra dice que es capaz de transmitir sus sentimientos a las almas de los oyentes. El encuentro se puede resumir en cuatro palabras: “Martí es un personaje.
Solo por estas y otras actividades, España la echó de nuevo. En 1889 finalmente se despide de Cuba y una hermana la recibe en Madrid, pero ella no se olvida ni se queda en paz con su propia historia. Con un oficial español consigue recuperar el diario de Ignacio y se dedica a su transcripción. En los espacios que deja vacíos, también deja sus propias ideas. Es como la conversación a la que no lograron llegar.
Ana Betancourt murió en Madrid el 7 de febrero de 1901. Tenía 68 años y en España recibió una modesta tumba. El 26 de septiembre de 1968 Cuba repatrió sus restos y desde abril de 1982 reposan en un mausoleo erigido para ella en Guáimaro.
Como símbolo de la vida, su hornacina tiene un alto relieve que representa una carga mambisa. A ambos lados, en grandes letras de bronce, las palabras que dirigió a Guáimaro para exigir la emancipación de la mujer. Ella es eso y más, porque Ana Betancourt encarna ese ejemplo de entrega y heroísmo cotidiano que marcó la vida de su generación.