Bendita sea tu desobediencia

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Es Cuba y es octubre. El almanaque marca el décimo cumpleaños de la reina Isabel II. Pero en la isla, no necesitan una fiesta, quieren la guerra. Los reyes de ultramar no imaginaban que con su sordera y su terquedad abrieran el camino que tendrían que pedir prestado, en busca de la independencia definitiva. Foto: Francisco, blanco

No hubo indicios de que se modificaría el curso «normal» de los acontecimientos. Los cubanos de la época se estaban preparando para otro día de rutina. Un nuevo día, sí, para amasar fortuna, a costa del sudor de otros, de unos pocos; cuando llegó el momento de soñar y tragarse su rabia, la mayoría. Sin embargo, el año anterior -1867- los últimos intentos de autonomía habían sido frustrados por los sectores más radicales de la sociedad en las colonias más «fieles» de la metrópoli española.

Es Cuba y es octubre. El almanaque marca el décimo cumpleaños de la reina Isabel II. Pero en la isla, no necesitan una fiesta, quieren la guerra. Los reyes de ultramar no imaginaban que con su sordera y su terquedad abrieran el camino que tendrían que tomar, en busca de la independencia definitiva.

Se levanta. La isla aún está muriendo. Sin embargo, parece que tendremos que vivir un día más, cualquiera de 1868. La calma reina en todo el archipiélago. Muy pocos saben que reina el malestar en La Demajagua.

Dicen que inicialmente el día previsto para iniciar el cambio de rumbo fue el 14. Dicen que el día 9 se dispararon las primeras balas por la independencia en la localidad de Vicana. Sin embargo, la acción definitoria, el grito más sublime, fue en La Demajagua. Sabemos que ante el inminente descubrimiento, Céspedes tomó la decisión de adelantar la fecha.

Magistralmente, el poeta y narrador de Bayamo Evelio Traba dijo cosas como esta:

«Finalmente ha llegado el día». Lo decimos cuando resucita el hombre, a quien la historia consagrará como Padre de la Nación. (…) Recibe amigos que vienen a la finca, dueños como él, que lo llaman general en jefe o simplemente general. Piense en casi todo. También en Carmen (la esposa) y los demás hijos.

Masó (Bartolomé) viene a su encuentro. Con una sonrisa fuera de lo común, dijo. “Todos ya te están esperando…, (…). El rumor crece a medida que Céspedes se acerca a la multitud. Cambula sostiene el tricolor ya izado sobre un palo de ébano.

La multitud, negra, blanca y mestiza, te da la bienvenida con un estridente ¡Viva Cuba Libre!

Arengó: “… estoy seguro de que todos los cubanos seguirán mi voz. Si no estuviera tan seguro del clima, no me arriesgaría a poner en peligro el destino, el futuro y la esperanza de mi país «. El adinerado abogado nacido en una cuna de oro y criado para consagrar el orden existente, tomó la camino de la desobediencia – ¡bendita sea su indocilidad! -, e hizo lo necesario: empezó a pensar en la Revolución desde el enfrentamiento ¡La Revolución había comenzado! ¡La de los cubanos, de todos los tiempos!