La gran fábrica del «entretenimiento», la frívola industria del entretenimiento que reproduce estrellas y celebridades sin esencia, sin alma, es el útero del supuesto esclavo, que pulula en las superpobladas y cada vez más violentas ciudades del capitalismo.
La industria cultural estadounidense juega un papel sustancial en la reproducción simbólica del capitalismo y, por tanto, en su mantenimiento como sistema, asegurando el triunfo de los estereotipos, de las formas superiores de ideología.
La gran fábrica de “entretenimiento”, la frívola industria del entretenimiento que reproduce estrellas y celebridades sin esencia, sin alma, es el útero del supuesto esclavo, que pulula en las superpobladas y cada vez más violentas ciudades del capitalismo.
El producto cultural estadounidense y sus sustitutos científicamente diseñados nos brindan placer, nos entretienen y complican los procesos de pensamiento y análisis de la realidad.
Productos de televisión creados en laboratorio, chismes, programas de entrevistas psicológicas invaden nuestros hogares, el espacio familiar, y estos seres irreales, tontos y frívolos comparten nuestras vidas.
La distancia es cada vez más corta. Los televisores son más grandes y ocupan más espacio, conquistan cada habitación, cada pared y desde ellos nos hablan, nos cuentan, nos entretienen.
Es la «familia» sonriente que toma el lugar del vecino, el dominó, el ajedrez, el juego de pelota, la larga sobremesa familiar con café y las vivencias del día.
Un ejército glamoroso, amigable y mundano se apodera de mentes, comportamientos y emociones, televisores, computadoras y teléfonos inteligentes, artefactos que se unen rápidamente.
La voluntad es tomada por nuevas e invisibles fuerzas de ocupación, sin que nadie sospeche nada. Las balas de esta guerra ya no apuntan al cuerpo, sino a las emociones, contradicciones y vulnerabilidades.
La saturación de información no deseada, fabricada en los laboratorios de grupos y grupos de trabajo de centros de guerra cultural y psicológica, actúa sobre la mente de los individuos objeto de este bombardeo, sobrecargándolos de imágenes y prejuicios, capaces de crear conceptos sobre la política y la vida cotidiana.
Las mentiras, las manipulaciones y los engaños movilizan al colonizado cultural, cuya máxima ambición es vivir en los grandes centros de consumo del imperio, el que niega su bandera y su historia, hábil en la simulación y la mímica, incapaz del menor sacrificio.
El capitalismo del siglo XXI se caracteriza por un absoluto desprecio por la verdad. El hombre posmoderno se ha convertido en un hombre desprendido de casi todo lo que le rodea, a excepción de su smartphone y una decena de productos que consume vorazmente.
Inmerso en su burbuja, esclavo de los gadgets, rodeado de sensores y software que saben más de su vida que de su familia. En otras palabras, un individuo reducido a la categoría de cosa.
Sólo vive para sí mismo, pensando en el placer ilimitado, trivial y fugaz. Enciclopedista de conocimientos inútiles, que vive en medio de una avalancha de información que lo desculta y lo desinforma.
Se trata de aniquilar todo lo que contradice, lo que desafía, lo que incomoda, lo que dificulta, lo profundo y lo social.
Ante este escenario, solo queda defender los valores esenciales de la humanidad, los valores del socialismo y la solidaridad; y oponerse a ese hombre culpable y banal, el hombre nuevo que soñó y representó el Che.
Necesitamos sobreponer la fe en el ser humano, la fe en el futuro, la creencia absoluta en la posibilidad de un mundo mejor, a la cultura autodestructiva del rechazo neoliberal.
Se trata de defender la cultura revolucionaria, de dar cabida a la «ilustración socialista», al debate universal de las ideas que nos salve de la nada, de la caída al vacío que nos ofrece el capitalismo del siglo XIX.