“A todos los sonidos de la ciudad se unieron los gritos de las multitudes: las sirenas de los barcos, las campanas de las iglesias, las bocinas de los carros, los silbatos de las fábricas. Se escuchan las ráfagas de 21 cañonazos disparados por dos fragatas de la Marina… La garganta del pueblo se iza en un grito: ¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba Libre! Viva la revolucion ! », publicó en su momento el diario El Crisol, sobre el paso de la Caravana de la Libertad en La Habana.
Testigos de este «baño popular» dijeron que todos querían ver a Fidel ya los rebeldes que habían derrocado la tiranía de Batista y prometían una Cuba martiana, «con todos y para el bien de todos».
Lo recibieron ondeando banderas de Cuba y 26 de Julio, arrojando flores a tanquetas, jeeps y camiones, y gritando sin cesar: “¡Fidel! Leal ! Leal ! En cada lugar se detenía la caravana y Fidel aprovechaba para decirle a la gente que sólo nos habíamos ganado el derecho de emprender y les hablaba del futuro y los sueños de la Revolución para mejorar la vida de las personas y llevarles bienestar y felicidad en una Cuba nueva. ”. (Juan Marrero, periodista)

Una de las crónicas más conmovedoras de este evento popular, se ha escuchado relatar al Comandante Juan Almeida Bosque.
Ya estamos en la capital. Frente a la multitud, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Aéreas, Navales y Terrestres de la República está alegre, sonriente, feliz. La barba enredada delinea el rostro rosado que da sombra la visera de la gorra. Viste su uniforme verde oliva, su rifle colgado del hombro, su cinturón alrededor de su cintura. Junto a él, sus compañeros, hombres armados lo rodean con delicada discreción. Viajábamos en un carro de ruedas de goma, y detrás, la larga caravana de autos, jeepneys, pisicorres, camiones, autobuses; cientos de vehículos y, a ambos lados y más adelante, el mar de gente gritando, saludando, aplaudiendo, cantando. Llevan banderas, pancartas, telas. Hay cabezas descubiertas o protegidas del sol con sombreros, gorras, periódicos, sombrillas y sombrillas de todos los colores y diseños. Es un día de gozo colectivo, de alegría; muchas mujeres lloran como si con el llanto se escapara el dolor reprimido de tantos años.
(…) Los rebeldes que aún no habían estado en La Habana quedan deslumbrados por la ciudad en esta primera visita. Al cruzar el puerto recibimos saludos de los estibadores; braceros, ñáñigos y santeros; muchos con el puño en alto y la sonrisa franca de todos que ilumina el rostro de estos hombres alegres, fiesteros, buenos, como todo nuestro pueblo. Los que están posados en el costado de la muralla habanera, junto a la estación terminal, saludan con entusiasmo (…).
Las flores son lanzadas por manos femeninas, acompañadas de sonrisas y besos. De las ventanas, fachadas y balcones cuelgan banderas cubanas con la roja y negra del 26 de julio, que flota alegre y besa empujada por el viento. Al otro lado de la iglesia y la Alameda de Paula vemos un grupo de mujeres con las caras pintadas. Saltan y mandan besos. Son los miserables que el engaño y la necesidad han instalado en los burdeles. También hay jóvenes de rostro acicalado, que saludan y gritan con gestos deslumbrantes.

La caravana recorre la Avenida del Puerto. Se detiene en el edificio de la Marina, saluda a los oficiales allí reunidos. Continúa su camino. “Alguien grita: ¡Aquí está el Granma! Fidel se baja del carro, sube al yate y detrás de él la procesión. La emoción se lee en los rostros al recordar con esta visita a todos los que faltan a los que han venido a él… La multitud afuera grita: «¡Fidel en Granma! Pasa la palabra como un relámpago y a medida que pasa, los corazones laten con más intensidad”, dijo Almeida.
Los autores de Caravana de la Libertad describen conmovedores momentos de Fidel y los barbudos con el pueblo, contados por testigos de esta fiesta de la ciudad.
Fidel decide bajar a saludar al presidente designado por la Revolución. Bajamos del jeep y caminamos. Cuando la gente se enteró de Fidel, eso fue todo. Nos cargaron al peso”. (José Alberto León, alias Leoncito).

Al salir del Palacio Presidencial, la multitud es tan numerosa que alguien sugiere al jefe de la Sierra que combatientes del Ejército Rebelde y de la recién creada Policía Nacional Revolucionaria están despejando el área para facilitar el avance de la Caravana. Ipsofacto, Fidel rechaza la idea.
Alguien dijo a mi lado que se necesitarían mil soldados para cruzar la ciudad. Y digo que no. Pasaré por donde está la ciudad. Voy a demostrar una vez más que conozco a la gente, sin que pase un soldado, voy a pedirle a la gente que abra una fila. Cruzaré este camino solo (…) Abre una línea y caminaremos en ella para que veas que no se necesita un solo soldado para cruzar la ciudad.
Y es que Fidel no quería perder el contacto directo con el pueblo; si hubiera continuado en el automóvil, este contacto directo no se habría producido. “Era claro que Fidel no quería estafar a los miles de habaneros que salieron a las calles y que sabían que la Revolución era del pueblo”, dijo José Alberto León.
Los barbudos continúan, caminan por el Malecón. Luego suben por La Rampa y continúan por la Calle 23, en el Vedado. Cruzan el río Almendares y toman el camino hacia su destino final, Campamento Columbia, donde llegan alrededor de las ocho de la noche.

Había visto mucho por el mundo, pero me sorprendió sinceramente la forma unánime en que los habaneros se apropiaron de la Revolución. No era algo completamente nuevo, ya que había informado sobre el acto de Santa Clara. Pero lo ocurrido en La Habana superó todos los cálculos. Aquella tarde supe que la Revolución Barbuda era más profunda de lo que uno podría pensar y que sería imposible desmantelar. (Burt Glinn, fotoperiodista estadounidense, corresponsal especial de la agencia Magnum).

En la guarida del ex régimen, un momento casi mágico de Fidel con los capitalinos, durante el cual una paloma se posó sobre el comandante en jefe, como para bendecir al líder ya la causa. Así lo dijo el fotógrafo Jorge Oller.

“Tres palomas de una casa vecina amanecieron entre el alboroto y los aplausos de la población. Atraídas por la luz de los reflectores que iluminaban fuertemente a Fidel, comenzaron a revolotear a su alrededor. Una de ellas volteó. Está apoyada en su hombro izquierdo mientras el otros dos caminaron por el borde del podio. Los flashes de las cámaras se sucedieron uno tras otro y los dispositivos de cine trabajaron sin parar para capturar esta increíble escena. Para los creyentes fue una bendición de Dios, un milagro. Para otros, simbolizaba la paz. Pero la mayoría sabía que era un capricho de la naturaleza y anunciaba el destino de la Revolución y de Fidel: construir una sociedad culta, sana, justa, libre y soberana, digna de esta merecida demostración de confianza y cariño que el pueblo le había dado.
En video, discurso de Fidel en Columbia
(Tomado de cubadebate)
Ver también:
Las asambleas municipales de balance de Partidos continuarán a partir del 6 de enero